¿Qué somos, a la luz de los personajes que creamos o padecemos? "Cada época hace y precisa de personajes. Cada grupo, en cada época, produce sus personajes", dice Carlos Castilla del Pino(1) en un ensayo que sitúa en el personaje, no sólo un lugar de encuentro para los seres ficticios de la literatura, la televisión o el cine, sino —también— el ámbito donde se construyen las imágenes de aquellas personas dotadas socialmente de una "personalidad" singular. Personaje, es, en este sentido, el individuo escogido por el grupo, "dotado de una hiperidentidad" sometido a "un pacto de excepcionalidad" que lo abastece de "un espacio contextual más amplio que el de los demás que con él lo componen".
Para el personaje rige un sistema de excepciones, y lo que para la persona común se sitúa en el rango de lo prohibido, para el personaje se ubica dentro de esa normativa especial que lo define: así, más de un personaje político vive exonerado de ciertos compromisos con la verdad (no miente, hace política) y muchos intelectuales personajes se encuentran exentos de cumplir sus compromisos, porque son locos y artistas. El grupo de los demás, los no personajes, sanciona la anomalía y la convierte en virtud.
Lo interesante del estudio de Castilla del Pino estriba en el descubrimiento de una relación bidireccional entre el personaje y el grupo humano que lo sustenta: el personaje es tolerado en su excentricidad al costo de cumplir fielmente con las demás das que su rol impone; el grupo realiza sus fantasías a través del personaje y éste alimenta su narcisismo capitalizando la atención de los miembros del colectivo. El personaje es, pues, una suerte de espejo del grupo en cuanto actúa sus añoranzas, delimita —a través de la excepción— un universo deconductas posibles y afirma,con su mera existencia, la necesidad grupal, de erigir un modelo de admiración. Más de un político personaje subsiste por la gracia de un voto que subordina la realidad de su corruptela a su simpatía de personaje. Más de un intelectual personaje se perpetua en la abulia, congelado en la estatua de personaje con que lo investimos. Desaparecida la necesidad de grupo, el personaje se transforma o se desvanece, dando lugar a otros personajes requeridos por nuevos tiempos.
¿Cómo son nuestros personajes? Muchos políticos, algunos artistas, unos cuantos intelectuales y/o pensadores son elevados cada cierto tiempo a la categoría de personajes. La televisión es una máquina de fabricar personajes. La construcción y descontrucción de personajes forma parte de una dinámica social en la que circulan los valores que nos definen. Quizas esta misma dinámica —como lo llega a sugerir Castilla del Pino— se extiende hasta las heroínas de nuestras perennes telenovelas o hasta los personajes fallidos de (o reclamados por) la literatura o el cine. Hay una manera de verse que consiste en explorar las imágenes que complementan nuestra identidad, imágenes en las que depositamos parte de nuestras fantasías, de nuestros defectos y posibilidades. Viendo lo que sólo vemos en estos seres excepcionales, quizás podríamos advertir nuestras propias limitaciones, nuestros mitos y, quizás, nuestras potencialidades.
(1) Teoría del personaje. Carlos Castilla del Pino.
Para el personaje rige un sistema de excepciones, y lo que para la persona común se sitúa en el rango de lo prohibido, para el personaje se ubica dentro de esa normativa especial que lo define: así, más de un personaje político vive exonerado de ciertos compromisos con la verdad (no miente, hace política) y muchos intelectuales personajes se encuentran exentos de cumplir sus compromisos, porque son locos y artistas. El grupo de los demás, los no personajes, sanciona la anomalía y la convierte en virtud.
Lo interesante del estudio de Castilla del Pino estriba en el descubrimiento de una relación bidireccional entre el personaje y el grupo humano que lo sustenta: el personaje es tolerado en su excentricidad al costo de cumplir fielmente con las demás das que su rol impone; el grupo realiza sus fantasías a través del personaje y éste alimenta su narcisismo capitalizando la atención de los miembros del colectivo. El personaje es, pues, una suerte de espejo del grupo en cuanto actúa sus añoranzas, delimita —a través de la excepción— un universo deconductas posibles y afirma,con su mera existencia, la necesidad grupal, de erigir un modelo de admiración. Más de un político personaje subsiste por la gracia de un voto que subordina la realidad de su corruptela a su simpatía de personaje. Más de un intelectual personaje se perpetua en la abulia, congelado en la estatua de personaje con que lo investimos. Desaparecida la necesidad de grupo, el personaje se transforma o se desvanece, dando lugar a otros personajes requeridos por nuevos tiempos.
¿Cómo son nuestros personajes? Muchos políticos, algunos artistas, unos cuantos intelectuales y/o pensadores son elevados cada cierto tiempo a la categoría de personajes. La televisión es una máquina de fabricar personajes. La construcción y descontrucción de personajes forma parte de una dinámica social en la que circulan los valores que nos definen. Quizas esta misma dinámica —como lo llega a sugerir Castilla del Pino— se extiende hasta las heroínas de nuestras perennes telenovelas o hasta los personajes fallidos de (o reclamados por) la literatura o el cine. Hay una manera de verse que consiste en explorar las imágenes que complementan nuestra identidad, imágenes en las que depositamos parte de nuestras fantasías, de nuestros defectos y posibilidades. Viendo lo que sólo vemos en estos seres excepcionales, quizás podríamos advertir nuestras propias limitaciones, nuestros mitos y, quizás, nuestras potencialidades.
(1) Teoría del personaje. Carlos Castilla del Pino.