"Los diez pasos para escribir un guion", "Escriba un guion en tres semanas", "Cómo ser un guionista exitoso en poco tiempo".
Cualquiera de estos podría ser uno de los muchos eslóganes por medio de los cuales el mercado audiovisual ofrece diversidad de fórmulas mágicas para alcanzar el éxito fácil como guionista. Tal vez sea por esto que un porcentaje tan bajo de las muchas películas que se escriben y se hacen trascienden lo efímero, lo frívolo y pasajero.
El escritor de oficio, aquel que escribe no para alcanzar la fama y el éxito sino porque la escritura se ha convertido en una forma de vivir, un hábito imprescindible como bañarse todas las mañanas, una forma de sobrellevar el paso de los días, sabe que no hay fórmulas para escribir, que el camino seguro no existe, y que cada página en blanco es tan difícil y azarosa como la primera.
De entrada declaro que no conozco el secreto para escribir un buen guion ni creo que nadie pueda llegar a poseerlo. Creo que, con el oficio, el escritor va teniendo ciertas claridades acerca de su trabajo, de su forma personal de narrar. Pero lo que puede ser cierto para uno, puedo resultar irrelevante para otro.
Tal vez lo único en que podrían estar de acuerdo todos los escritores del planeta es en que no se trata de un trabajo sencillo, y que en la mayoría de los casos no es bien remunerado porque no posee una aplicación 'útil' para el mundo. Los pensamientos contenidos en este texto no son verdades de a puño sino reflexiones personales hechas a lo largo de mis años de trabajo.
Pienso que las historias no se crean, se descubren. Los personajes no se inventan, se conocen. Los acontecimientos que forman la trama del relato tampoco responden al deseo del escritor, sino que son el destino imprevisible pero inevitable de los personajes.
Por supuesto que se requiere de inteligencia racional para escribir un guion de cine, pero no es la inteligencia racional la que asegura un buen guion. También se requieren conocimientos de dramaturgia y estructura dramática, pero tampoco son estos los que garantizan que el relato conmoverá a los espectadores. La industria cinematográfica produce una gran cantidad de películas correctas en sus formas dramáticas, pero carentes de alma, de sangre.
Hay quienes opinan que un buen tema hace una buena película. No estoy de acuerdo. No existen buenos o malos temas. Todas las historias contadas y por contar hablan acerca de los mismos asuntos: amor, odio, deseo, lucha, soledad, sueños, vida y muerte. Son los conflictos fundamentales de la existencia humana. Alguien decía que hasta una piedra puede ser un buen tema cuando cae en las manos de un buen escritor.
¿Qué es entonces lo que hace que una historia se convierta en un evento trascendental? Yo diría que es la mirada paciente y curiosa del narrador. Creo que un escritor es en esencia un observador de la naturaleza humana. Alguien que toma un paso atrás para dejar de vivir la realidad y observarla. Creo que es la forma particular y sensible del escritor de mirar la existencia la que hace especial un relato.
Pienso que un buen guion posee, igual que la vida misma, un misterio insondable, una realidad latente pero invisible. Los relatos que nos cautivan son textos inacabables, abiertos, que escapan a lo obvio y se alejan de lo esquemático.
Este misterio, que creo que tiene que ver en parte con la sutileza y elegancia del narrador, no se puede sintetizar, no se puede esquematizar, empaquetar y vender en forma de cursos y manuales. La capacidad para lograrlo es el resultado de una sensibilidad poética del autor, educada y formada por años de incansable oficio.
Escribir un guion es un proceso motivado por una curiosidad casi obsesiva. No es un asunto de inspiración. Por supuesto que tiene que haber una pizca de ello, pero el trabajo pesado no lo hacen las musas sino el escritor. A veces, escribir un guion resulta una prueba más de fuerza, de resistencia física y mental que una epifanía poética. Solo una testarudez indomable le dará al guionista el coraje para llevar un guion a buen término.
¿Cuál es el origen de una historia? La semilla puede venir por dos caminos: A través de una situación dramática o a través de un personaje. En mi caso, en el comienzo me intereso más por los personajes.
Para mí, ellos son el corazón de la historia, el sol alrededor del cual giran los demás planetas. Luego de que descubro a mi personaje y me he familiarizado con él o ella, hago lo posible por seguirlo, observarlo, dejar que sea él o ella quien con sus acciones y decisiones me muestre el camino de la historia.
Lo fundamental para mí es respetar su autonomía, su individualidad, su libre albedrío. Pienso que en el momento en que un escritor manipula a sus personajes obligándolos a hacer algo ajeno a su esencia, a su forma de ver el mundo, el relato se cierra, se marchita.
Pero no basta con conocer a los personajes. Siento que un escritor debe amar a sus personajes, debe preocuparse por ellos y por su destino como si se tratara de su propia madre. Y con esto no quiero decir que, en esa medida, el escritor dé solo bondad y fortuna a sus personajes. No. No puede hacerlo porque, como ya dije antes, el solo es un observador del drama humano. Pero si él o ella no sienten un cariño entrañable por ese otro ser, difícilmente podrá llegarlo a sentir el espectador.
De un guion se escriben un sinnúmero de versiones antes de llegar a la final. A veces, de una escritura a otra en vez de avanzar se retrocede y hay que detener el carro y echar reversa para ir a buscar aquello valioso que se ha quedado en el camino. Más que escritura, el guion es un acto de reescritura. Ir y volver, ir y volver.
En mi experiencia como guionista me identifico profundamente con el mito griego de Sísifo, a quien los dioses en su ira condenaron a subir una roca monumental a la cima de una montaña una y otra vez, eternamente. Siento que al escribir hay que olvidarse de la meta y concentrase en el proceso. Hacerlo sin el afán de utilidad o logro. Hacerlo sin esperar nada a cambio, hacerlo por el mismo acto de hacerlo.
¿Cuándo se sabe que se ha terminado el guion? Creo que nunca hay una certeza. Se termina el guion más por desgaste o por una necesidad de producción que por convicción. Es lo mismo que preguntarle a un pintor cuándo considera que ha terminado un cuadro. ¿Cómo sabe él o ella que con un trazo más, o uno menos, el cuadro quedaría mejor?
¿Y qué sucede cuando un escritor tiene éxito con un guion? Sospecho que, aunque se le abrirán puertas que hasta entonces habían permanecido cerradas, se encuentra en la etapa más peligrosa de su carrera porque la única forma de seguir adelante es negando su propio éxito, rechazando la tentación de caer en el acto narcisista de repetirse a sí mismo para perpetuar la fama. De alguna manera, igual que Sísifo, bajar colina para volver a subir la pesada roca una vez más.
Uno de los demonios más recurrentes del guionista es el hecho de que la película final siempre es distinta a lo que él o ella imaginaron.
Por lo general el guionista pensará con frustración que su versión mental era mucho mejor que la hecha por el director.
Es un sentimiento válido, mas no útil para el oficio. Si quiere tener algo de paz, el guionista debe aceptar de manera humilde que su trabajo solo es un paso intermedio, pero esencial, para el camino de materialización de un relato audiovisual. Siempre me ha resultado profundamente paradójico el hecho de que siendo lenguajes distintos, a veces antagónicos, para llegar al audiovisual, haya que obligatoriamente pasar por el escrito.
Sin embargo, no todo es malo en el oficio del guionista. Lo digo sinceramente. Aunque no parezca, en el fondo soy un optimista. Vivimos en un mundo carente de sentido. Estamos atrapados en nuestra propia creación delirante y abrumadora.
Los efectos desconocen sus causas y cada día sabemos menos acerca del porqué de nuestra existencia. La razón por la cual intercambiamos historias responde a la necesidad de encontrar el sentido perdido de nuestras vidas. Los relatos son la única ciencia o disciplina que puede poner algo de orden en medio del caos.
Por supuesto, existen otras ciencias que buscan el mismo objetivo, pero gravitan más en el plano racional y, por su carácter erudito, el acceso a estas es bastante limitado. En cambio, no se necesita ser un versado en filosofía o sociología, o tener un PhD, para sentirse tocado por una película, para conmoverse con una historia. O para contarla.
A lo mejor Sísifo entendía que su vida no era tan fútil. Que, con su lucha, daba un poco de luz a la existencia humana, y con esta pequeña satisfacción, la roca, que debía subir por el resto de la eternidad, se hacía un poquito menos pesada.
Por Carlos Franco
Guionista colombiano premiado en múltiples ocasiones. Profesor de la Universidad del Norte.
Cualquiera de estos podría ser uno de los muchos eslóganes por medio de los cuales el mercado audiovisual ofrece diversidad de fórmulas mágicas para alcanzar el éxito fácil como guionista. Tal vez sea por esto que un porcentaje tan bajo de las muchas películas que se escriben y se hacen trascienden lo efímero, lo frívolo y pasajero.
El escritor de oficio, aquel que escribe no para alcanzar la fama y el éxito sino porque la escritura se ha convertido en una forma de vivir, un hábito imprescindible como bañarse todas las mañanas, una forma de sobrellevar el paso de los días, sabe que no hay fórmulas para escribir, que el camino seguro no existe, y que cada página en blanco es tan difícil y azarosa como la primera.
De entrada declaro que no conozco el secreto para escribir un buen guion ni creo que nadie pueda llegar a poseerlo. Creo que, con el oficio, el escritor va teniendo ciertas claridades acerca de su trabajo, de su forma personal de narrar. Pero lo que puede ser cierto para uno, puedo resultar irrelevante para otro.
Tal vez lo único en que podrían estar de acuerdo todos los escritores del planeta es en que no se trata de un trabajo sencillo, y que en la mayoría de los casos no es bien remunerado porque no posee una aplicación 'útil' para el mundo. Los pensamientos contenidos en este texto no son verdades de a puño sino reflexiones personales hechas a lo largo de mis años de trabajo.
Pienso que las historias no se crean, se descubren. Los personajes no se inventan, se conocen. Los acontecimientos que forman la trama del relato tampoco responden al deseo del escritor, sino que son el destino imprevisible pero inevitable de los personajes.
Por supuesto que se requiere de inteligencia racional para escribir un guion de cine, pero no es la inteligencia racional la que asegura un buen guion. También se requieren conocimientos de dramaturgia y estructura dramática, pero tampoco son estos los que garantizan que el relato conmoverá a los espectadores. La industria cinematográfica produce una gran cantidad de películas correctas en sus formas dramáticas, pero carentes de alma, de sangre.
Hay quienes opinan que un buen tema hace una buena película. No estoy de acuerdo. No existen buenos o malos temas. Todas las historias contadas y por contar hablan acerca de los mismos asuntos: amor, odio, deseo, lucha, soledad, sueños, vida y muerte. Son los conflictos fundamentales de la existencia humana. Alguien decía que hasta una piedra puede ser un buen tema cuando cae en las manos de un buen escritor.
¿Qué es entonces lo que hace que una historia se convierta en un evento trascendental? Yo diría que es la mirada paciente y curiosa del narrador. Creo que un escritor es en esencia un observador de la naturaleza humana. Alguien que toma un paso atrás para dejar de vivir la realidad y observarla. Creo que es la forma particular y sensible del escritor de mirar la existencia la que hace especial un relato.
Pienso que un buen guion posee, igual que la vida misma, un misterio insondable, una realidad latente pero invisible. Los relatos que nos cautivan son textos inacabables, abiertos, que escapan a lo obvio y se alejan de lo esquemático.
Este misterio, que creo que tiene que ver en parte con la sutileza y elegancia del narrador, no se puede sintetizar, no se puede esquematizar, empaquetar y vender en forma de cursos y manuales. La capacidad para lograrlo es el resultado de una sensibilidad poética del autor, educada y formada por años de incansable oficio.
Escribir un guion es un proceso motivado por una curiosidad casi obsesiva. No es un asunto de inspiración. Por supuesto que tiene que haber una pizca de ello, pero el trabajo pesado no lo hacen las musas sino el escritor. A veces, escribir un guion resulta una prueba más de fuerza, de resistencia física y mental que una epifanía poética. Solo una testarudez indomable le dará al guionista el coraje para llevar un guion a buen término.
¿Cuál es el origen de una historia? La semilla puede venir por dos caminos: A través de una situación dramática o a través de un personaje. En mi caso, en el comienzo me intereso más por los personajes.
Para mí, ellos son el corazón de la historia, el sol alrededor del cual giran los demás planetas. Luego de que descubro a mi personaje y me he familiarizado con él o ella, hago lo posible por seguirlo, observarlo, dejar que sea él o ella quien con sus acciones y decisiones me muestre el camino de la historia.
Lo fundamental para mí es respetar su autonomía, su individualidad, su libre albedrío. Pienso que en el momento en que un escritor manipula a sus personajes obligándolos a hacer algo ajeno a su esencia, a su forma de ver el mundo, el relato se cierra, se marchita.
Pero no basta con conocer a los personajes. Siento que un escritor debe amar a sus personajes, debe preocuparse por ellos y por su destino como si se tratara de su propia madre. Y con esto no quiero decir que, en esa medida, el escritor dé solo bondad y fortuna a sus personajes. No. No puede hacerlo porque, como ya dije antes, el solo es un observador del drama humano. Pero si él o ella no sienten un cariño entrañable por ese otro ser, difícilmente podrá llegarlo a sentir el espectador.
De un guion se escriben un sinnúmero de versiones antes de llegar a la final. A veces, de una escritura a otra en vez de avanzar se retrocede y hay que detener el carro y echar reversa para ir a buscar aquello valioso que se ha quedado en el camino. Más que escritura, el guion es un acto de reescritura. Ir y volver, ir y volver.
En mi experiencia como guionista me identifico profundamente con el mito griego de Sísifo, a quien los dioses en su ira condenaron a subir una roca monumental a la cima de una montaña una y otra vez, eternamente. Siento que al escribir hay que olvidarse de la meta y concentrase en el proceso. Hacerlo sin el afán de utilidad o logro. Hacerlo sin esperar nada a cambio, hacerlo por el mismo acto de hacerlo.
¿Cuándo se sabe que se ha terminado el guion? Creo que nunca hay una certeza. Se termina el guion más por desgaste o por una necesidad de producción que por convicción. Es lo mismo que preguntarle a un pintor cuándo considera que ha terminado un cuadro. ¿Cómo sabe él o ella que con un trazo más, o uno menos, el cuadro quedaría mejor?
¿Y qué sucede cuando un escritor tiene éxito con un guion? Sospecho que, aunque se le abrirán puertas que hasta entonces habían permanecido cerradas, se encuentra en la etapa más peligrosa de su carrera porque la única forma de seguir adelante es negando su propio éxito, rechazando la tentación de caer en el acto narcisista de repetirse a sí mismo para perpetuar la fama. De alguna manera, igual que Sísifo, bajar colina para volver a subir la pesada roca una vez más.
Uno de los demonios más recurrentes del guionista es el hecho de que la película final siempre es distinta a lo que él o ella imaginaron.
Por lo general el guionista pensará con frustración que su versión mental era mucho mejor que la hecha por el director.
Es un sentimiento válido, mas no útil para el oficio. Si quiere tener algo de paz, el guionista debe aceptar de manera humilde que su trabajo solo es un paso intermedio, pero esencial, para el camino de materialización de un relato audiovisual. Siempre me ha resultado profundamente paradójico el hecho de que siendo lenguajes distintos, a veces antagónicos, para llegar al audiovisual, haya que obligatoriamente pasar por el escrito.
Sin embargo, no todo es malo en el oficio del guionista. Lo digo sinceramente. Aunque no parezca, en el fondo soy un optimista. Vivimos en un mundo carente de sentido. Estamos atrapados en nuestra propia creación delirante y abrumadora.
Los efectos desconocen sus causas y cada día sabemos menos acerca del porqué de nuestra existencia. La razón por la cual intercambiamos historias responde a la necesidad de encontrar el sentido perdido de nuestras vidas. Los relatos son la única ciencia o disciplina que puede poner algo de orden en medio del caos.
Por supuesto, existen otras ciencias que buscan el mismo objetivo, pero gravitan más en el plano racional y, por su carácter erudito, el acceso a estas es bastante limitado. En cambio, no se necesita ser un versado en filosofía o sociología, o tener un PhD, para sentirse tocado por una película, para conmoverse con una historia. O para contarla.
A lo mejor Sísifo entendía que su vida no era tan fútil. Que, con su lucha, daba un poco de luz a la existencia humana, y con esta pequeña satisfacción, la roca, que debía subir por el resto de la eternidad, se hacía un poquito menos pesada.
Por Carlos Franco
Guionista colombiano premiado en múltiples ocasiones. Profesor de la Universidad del Norte.