Por Bill Lampton, Ph.D.
Cuando finalicé la educación superior, mis expectativas eran que al cabo
de cinco años yo sería un escritor ampliamente reconocido. En la
secundaria, escribí una columna satírica popular – “Orquideas y
Cebollas” – para el periódico escolar, cada semana durante dos años. En
la educación superior, era el editor del anuario. Los cursos de
literatura me llegaban, mientras que los otros estudiantes se quejaban
acerca de los ensayos que tenían que escribir, yo me sentía revelado con
ellos.
Escribir era placentero, no era para nada un trabajo. Estaba dispuesto a
dedicar grandes cantidades de tiempo a la escritura y a aprender acerca
de cómo escribir. Yo leía constantemente, tomaba una clase de escritura
creativa en la noche, y comencé a enviar mis artículos a los periódicos
y las revistas.
Para mi sorpresa, el proceso se convirtió en una tarea tediosa y extenuante – sin dar ningún resultado. Algunos escritores soportan el rechazo por cinco años, algunos por diez o
más. Mi dolorosa espera duró veinte años. Imagine… dos décadas estando
seguro que mi trabajo era digno de publicarse, sin embargo fue rechazado
por docenas de editores.
Luego de muchas horas de escritura en máquinas de escribir manuales y
muchos correos generaron muchas cartas de respuesta con las frases de
rechazo tradicionales: “Su material no es el apropiado para nosotros en
este momento.” “Estamos retornándole su material y confiamos que usted
encuentre un editor en otro lugar.” “Nuestro comité editorial coincide
en que su manuscrito no se ajusta a nuestras necesidades.”
Eventualmente, llegúe a decir a mi esposa, “He acumulado las suficientes
cartas de rechazo como para empapelar una habitación.” Continué
escribiendo obstinadamente. Yo continuaba creyendo que yo tenía ideas
que valían la pena de ser compartidas, y que los lectores responderían
positivamente a ellas.
Ahora imaginese un pequeño pueblo en Kansas. El año: 1976. Escribí
“Twentieth Anniversary Thoughts (Pensamientos luego de 20 Aniversarios,”
describiendo como había cambiado la vida en el campus desde que me
gradué dos décadas atrás. Metódicamente, envié el artículo a catorce
editores.
Mi registro permanecía inalterable, cuando recibí doce cartas
de rechazo por parte de editores.Recordaré por el resto de mi vida como me sentí cuando llegaron las
últimas dos cartas de dos editores de revistas el mismo día,
representando a College Today y a College Board Review. Cada editor
deseaba publicar el artículo. Para completar mi alegría, cada misiva
incluía un cheque por US$100. En 1976 esa era una cantidad notable para
un escritor novato.
Estaba feliz de que no me había rendido. Sin paciencia, sin la
perseverancia que me ayudó a recuperarme luego de recibir tanta cantidad
de rechazos, yo me hubiera perdido de ese momento de alegría. He padecido un proceso de aprendizaje agonizantemente largo. Ahora, con
dos editores confirmando mi talento para la escritura, yo estaba
confiado que iban a continuar llegando nuevos éxitos.
Veinticinco años después, puedo dar testimonio que ello realmente sucedió. Para citar solamente algunos cuantos:
- Escribí una columna regular firmada por mí para periódicos en tres ciudades en las cuales viví.
- Durante catorce años, Fund Raising Management publicó mi columna.
- Revistas publicaron mi trabajo: Club Rotario, Competitive Edge, Toastmaster.
- He enseñado escritura creativa para un programa de educación continuada en una institución de educación superior.
- Cuatro aspirantes a escritores me contrataron como su mentor en escritura.
- Hillsboro Press publicó mi libro, The Complete Communicator: Change Your Communication, Change Your Life!
- Cosmopolitan, Entrepreneur, The Washington Post, The Los Ángeles Times, Investor’s Business Daily y otras publicaciones me citan como una autoridad en el campo de las comunicaciones.
Comparto mi historia con la esperanza que otros escritores que aún
esperan sean capaces de sobrevivir a los editores que envían comentarios
desalentadores, a los agentes que rehúsan representarle, a los miembros
de la familia y sus amigos que piensan que usted está perdiendo su
tiempo. Ármese con una actitud de nunca darse por vencido. Continúe
aprendiendo, continúe escribiendo, continúe teniendo esperanza. El día
que su nombre acompañe un artículo o que su nombre adorne la portada de
un libro, usted sabrá que su perseverancia, fe y adherencia a los
requisitos básicos han valido gloriosamente la pena.