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3 jun 2008

Mi vida como Guionista

No soy de esos guionistas que escriben desde los nueve años y que a sus catorce ya tenían el primer largo escrito.

¿Cómo llegué entonces a trabajar de guionista?
Todavía sigo preguntándomelo.

¿Qué, a los actores alguien le escribe lo que tienen que decir? ¿Y eso se estudia?
Todas esas preguntas le hice a mi prima quien me había pedido que la acompañara a un curso de guión.




Así empecé. Un par de clases, un profesor famoso, decían. Y la gran oportunidad. Unos meses después, me encontraba como dialoguista en uno de los programas del prime time de la televisión local.

Así de simple.
¿Qué no me creen?, a mí también me costó. Mucho me costó creerlo, hasta me sentía culpable... tantos jóvenes talentos a la espera de su gran oportunidad y yo ocupando su lugar. Pero la culpa no me detuvo. Dejé mi trabajo de recepcionista, me fui a vivir sola, abandoné mis estudios de psicología, actualicé mi PC y comencé a trabajar.

Me sentía de vacaciones. De pronto estaba sola, en un departamento alquilado (la única vez que había alquilado algo fue algunos eneros en la costa, con ochenta amigas en breve concubinato), sin tener que viajar para ir al trabajo, y haciendo lo que acababa de descubrir me gustaba hacer: escribir.

¿Qué podía salir mal?

Era una tira costumbrista, hablan como en la vida misma. Había hecho un curso de seis meses, visto televisión toda mi vida. Encima trabajaba en pantuflas y con mi osito de la suerte al lado. Nada podía salir mal.

Nada, salvo que nadie me había dicho que había un horario de entrega. ¿Pero cómo? ¿Esto no es arte? ¿No se supone que los escritores dependemos de que las musas aparezcan? ¿Y qué pasa si no se me ocurre nada? Pasa que puedo volver a ser recepcionista, eso pasa. Ejem... No tengo nada contra las recepcionistas, pero ya me habían abierto la puerta para salir a jugar, y no quería quedarme sentada en el arenero...

Primera lección: aprender a prescindir de la inspiración. (De la inspiración, de esos días en los que te levantas de mal humor, en aquellos otros en los se te rompió una uña, se murió tu canario o tu mamá te llamó criticando a tu príncipe de turno y el día entero se te nubló). Esto no era mi taller, era trabajo, y bien pago. No podía fallar. No quería. No necesitaba de la inspiración. Los personajes son personas comunes, hablan como yo, como mi mamá, como mi hermana adolescente... ¿Cómo yo, como mi mamá o como mi hermana adolescente? ¿Dirían está re bueno, es un churro o está que se parte?... ¡No tengo tiempo de decidir! Tengo que poner algo. Pienso rápidamente, mi personaje es adolescente, elijo la tercera opción, pero el programa está dirigido para un público adulto, no lo entenderían, elijo la primera, pero no queda natural es una chica de dieciséis años, elijo, por descarte, la segunda. Unas horas después llega la corrección. No eran ninguno de las tres. Mi personaje terminó diciendo: es muy lindo. Neutro. Formal. Modesto.

Segunda lección: los personajes parecen personas, pero no lo son, son personajes. No hablan como personas, hablan como personajes.

Ya no me sentía tan de vacaciones.

» Me puse las pilas y comencé a aprender: me inscribí en otros cursos, alquilé películas claves, (y sí, la primera vez que vi “Casablanca”, “Cantando bajo la lluvia”, o “Lo que el viento se llevó”, fue a los veinticuatro años). En un año leí tres libros de guión, uno de gramática y traduje la colección completa de Scr(i)pt, una revista de guión televisivo estadounidense. Por suerte, o destino conté con el honor de ser acompañada en este aprendizaje por un gran Maestro que me tuvo -y me contuvo- con paciencia más que paternal, y pude al fin entender algunas de las reglas más básicas. Aprendí por ejemplo que los personajes tienen voces diferentes. Hay que saber encontrarlas y diferenciarlos. Que los extras no deben tener más de dos líneas de diálogo, o la escena se transforma en balbuceo acartonado. La frase “ ¿Y que pasaría si...?” pasó a ser una costumbre diaria en mi nueva vida. Aprendí a volar, cuando la escaleta lo exigía. En la vorágine de dialogar una tira diaria “en el aire”, descubrí que los actores también improvisan, y que es importante aceptar y prestar atención a esos bocadillos, para seguir dándole vida a sus voces e incluirlos en el libro. Cuando un actor se enferma o decide tomarse unas vacaciones improvisadas, ¡Somos nosotros los que tenemos que improvisar! Aprendí también a releer y a rescribir... y rescribir, y rescribir y rescribir...

De pronto me encontraba llamando a mi papá y preguntándole palabras claves como “dicharachero”, “caráspitas”, o sinónimos de “parroquiano”, léxicos de su época y con los cuales debía hacer hablar a mis personajes adultos. También me sucedía mucho empezar a usar vocablos que eran los latiguillos de mi personaje favorito en un café con amigas. Una vez que empezás esta carrera, todas las voces se confunden. (Sobretodo al principio). Ya no sabés si sos vos, o tu personaje el que está hablando... ¡Pero hay que diferenciar! Eso todavía no logro aprenderlo. Ah, mis amigas... Las mismas que, al enterarse que trabajaba en televisión me rogaban que ponga sus nombres en la tira.

Aprendí muchas cosas desde que me convertí en dialoguista.

Todavía sigo aprendiendo.

Este trabajo tan creativo y gratificante que me tocó por casualidad. Este trabajo, que, a pesar de nunca haber sido soñado, hoy vivo como si hubiera encontrado al amor de mi vida. (Y mi mamá a éste príncipe no me lo critica). Vivo hoy, sin haber soñado nunca, de la manera y la forma que siempre lo necesité: creando, inventando, fantaseando y jugando con la vida ajena de veintidós personajes que dependen tanto del autor, como de los escaletistas y sí, también de mí. Y de toda esa gran cadena que logra que, día a día, salga al aire un programa de tele. Una ficción.

Escribir es mi vida, y no la cambio por nada.

Así que hoy sí, comienzo a soñar.

Hoy sí, al contrario que en mi infancia, comienzo a escribir mis primeros largos y deliro segura de mí misma con que serán concretados. Hoy sí intento hacer mi propio video casero y que sea mi familia la primera en aplaudirme. Hoy sí me expido de toda culpa y me hago acreedora ya no del sueño de otro sino del propio que comienza a realizarse. Y con experiencia adquirida, trataré de seguir aprendiendo dentro de esta hermosa profesión: el diálogo, el guión. Para lograr convertirme una vez más, en aquello en lo que nunca había soñado.


Victoria Crespo, argentina, es guionista, se ha desempeñado como dialoguista en diversos programas como “Son amores” “El sodero de mi vida” “Frecuencia 04” “Paraíso Rock” y “Media falta” y “Juanita la soltera” entre otros. Fue nominada para los premios “Sir Peter Ustinov foundation”, (Para escritores noveles, en la entrega de los Internacional Emmy's Awards) por su mediometraje “Again” (escrito íntegramente en idioma inglés).

Fuente: www.guionistasonline.com

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